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MARSEL & CO

La pasada legislatura ha sido de fracaso generalizado de ZP y del partido que lo apoya, el PSOE

No sabemos que decidirán los españoles el próximo 9 de marzo, pero sí estamos convencidos de que la próxima legislatura que se aproxima incluye riesgos y claros desafíos que afectan a la convivencia entre los españoles, a la unidad e identidad nacional y a la estabilidad económica y social. Todo ello como la consecuencia de los graves errores cometidos en los pasados años por la presidencia de Zapatero (apoyada por el PSOE y por su entorno mediático de manera irresponsable), y por causa de la inestabilidad política y económica internacional que el gobierno socialista fue incapaz de incluir en sus previsiones y gestión pública.
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Todo esto lo saben muy bien en el palacio de la Moncloa donde Zapatero, al margen de su triunfalista balance económico y social, compareció al final de la legislatura con semblante que delataba su fracaso y sus notables errores. Y, no sólo, en la fallida negociación con ETA, que reconoció, sino como gobernante de todos los españoles y de una nación que no ha sabido apreciar, ni valorar, en aras de una mal entendida política de izquierdas, federal y democrática que, además, no ha sido tal. Porque su pacto, a tumba abierta, con la insaciable burguesía nacionalista incluyó un claro recorte de libertades y una involución en los pactos de la transición y los principios de igualdad, solidaridad y soberanía nacional. Y todo ello en aras del confuso proyecto que no conduce hacia ninguna parte y que, a última hora, tarde y mal, ha intentado rectificar dejando abiertas profundas heridas en el cuerpo de la nación, y en el propio Partido Socialista.

Naturalmente, el presidente no ha dicho, porque no sabe y no se atreve, a los españoles lo que piensa hacer con la deriva independentista de vascuences y catalanes, ni ha querido cerrar para siempre la negociación con ETA, sólo dijo que, por ahora, no hay expectativas de diálogo con la banda, ni avanzó un proyecto de salvaguardia económica y social ante la crisis que se acerca. No dice nada de romper con ETA porque teme que si lo hace habrá nuevos atentados antes de las elecciones que podrían llevarlo a la derrota. Ni puede hablar de frenar las ínfulas independentistas de vascos y catalanes, porque cree que necesitará de sus votos para volver a gobernar, si obtiene todavía un resultado aceptable el 9 de marzo. Ni quiere reconocer los problemas de la economía y de la estabilidad social, porque dañaría su triunfalismo sobre las cuentas de los pasados años.

ZP no ha dado la talla y sale de la legislatura con menos prestigio y menos credibilidad con los que la empezó, aprovechando los errores del último gobierno de Aznar, y con el golpe de efecto de la retirada a gran velocidad de las tropas españolas que estaban desplegadas en Irak. Lo que le ha costado bien caro en la escena internacional y con lo que pretendió dar un impulso de izquierdas al gobierno, acompañado de la revisión de la Guerra Civil y de la memoria histórica, sin venir a cuento de nada, y al tiempo y a la vez que abría la caja de los truenos de la política territorial y autonómica, entrando por el sendero de la cesión de soberanía. Y todo ello unido a una negociación política con ETA, lo que nunca hicieron Aznar ni González. Negociación política fracasada, llena de concesiones previas —como la práctica legalización de Batasuna, y las de ANV y PCTV—, y sin la menor garantía ni la suficiente información sobre los objetivos de ETA. Pero sobre todo embarcando al Estado en un proceso demencial sin contar con el apoyo previo de las víctimas y del otro partido nacional, el PP, lo que tampoco hicieron González ni Aznar.


Y, como no podía ser de otra manera, los criminales de ETA volvieron a matar y además quedó sentado el precedente de la negociación política con la banda —en Loyola— en presencia del PNV, lo que hace que nacionalistas catalanes y vascos le exijan al gobierno central una similar negociación de soberanía, avalando sus demandas en su representatividad y ausencia de violencia. Lo que será, si Zapatero renueva el poder con el apoyo de los nacionalistas, el motivo de la segunda parte de su alocado plan de centrifugación del Estado. El que ya ha empezado, con el Estatuto catalán, las luchas de poder en el seno del Tribunal Constitucional y con la sentencia sobre el agua a propósito del Estatuto valenciano donde se reconocen a las autonomías unos derechos subjetivos propios que pueden ser distintos a los del resto de los españoles, provocando el enfrentamiento y la ausencia de solidaridad. Así como facilitando un recorte de libertades en lo que la educación, la fiscalidad, la justicia y el uso del idioma español se refiere, entre otras cosas.

La primera obligación de Zapatero, cuando asumió la presidencia española, no era otra que la de recomponer la unidad nacional quebrada por el gran atentado islamista de Madrid que, sin duda, influyó en el resultado de los comicios de 2004 con ayuda de los errores y las mentiras del gobierno de Aznar. Pero, lejos de buscar la unidad y el reencuentro, Zapatero optó por profundizar en las heridas y diferencias y se lanzó, sin proyecto alguno, a una aventura incierta que ha acabado mal. Y lo hizo de la mano de ERC, un partido que reniega de España, de la Constitución y que apoya a Batasuna, es decir que está en las antípodas de todo lo español y democrático, lo que por otra parte radicalizó el PSC y provocó la salida y caída de Maragall, a la vez que abría un frente silencioso pero muy importante en el muy amplio sector españolista del PSOE donde los barones apartados, como González, Guerra, Leguina, Bono, Ibarra, Redondo y Vázquez, esperan con atención el resultado electoral para entrar en juego; como, por otra parte y en sentido contrario, también le esperan a Zapatero los pro nacionalistas socialistas de Cataluña, Navarra, Galicia, Baleares y Vascongadas, creándose una dualidad similar a la existente en la política nacional, y muy difícil de salvaguardar.

Su política exterior ha estado al nivel de su ministro, bajo mínimos. Y su política social ha sido más de gestos y electoralismo que otra cosa, como se verá cuando la crisis inmobiliaria —que este gobierno irresponsablemente azuzó magnificando el caso de Marbella— aparezca en todo su catastrófico esplendor, vomitando miles de parados sin arraigo familiar. Disfrutó, eso sí, del boom del ciclo económico que parece llegar a su final, pero Zapatero metió la mano en el tejido empresarial español, y aquí incluidos los medios de comunicación, de los que ha disfrutado como ningún gobernante desde el inicio de la transición, tejiendo una muralla audiovisual con la que quiso —y puede que bastante haya conseguido— ocultar los muchos desvaríos de su mandato, mientras lanzaba a los cuatro vientos su imagen progresista, de paz ecología, y sonrisa angelical, tras la que se esconde, sobre todo, una gran debilidad política e intelectual, y un desconocimiento de España que, tarde o temprano, factura le pasará.

Pues bien, a pesar de todo Zapatero todavía podría perder las elecciones por sus errores. Y las habría perdido ya si no fuera porque el PP no ha estado a la altura de las circunstancias, ni supo hacer oposición, ni desplegar equipos con liderazgo y credibilidad suficiente para hacer llegar a los ciudadanos, con nitidez y moderación, la crisis de la convivencia y de la unidad nacional que estaba fomentando Zapatero.

Si Rajoy hubiera renovado sus equipos, se hubiera rodeado de personas de prestigio, no se hubiera sometido a la banda de la conspiración, y hubiera sido líder de una política centrada, moderada y creíble para denunciar la caótica deriva del gobierno de Zapatero, ahora mismo sería –desde hace muchos meses- el virtual ganador de las elecciones de marzo y el próximo presidente del Gobierno. Pero por su propia responsabilidad se acerca a las elecciones en la incertidumbre, lo que es algo, pero por el momento sin una clara garantía de victoria ni de posibilidad de pactos para gobernar con los nacionalistas. A los que, curiosamente, se ha enfrentado y ayudado, al dar luz verde a los estatutos andaluz y valenciano, luego convertidos en trampa para colar el catalán, y provocar el fraude constitucional.

Así están las cosas al cierre de la legislatura, con IU en crisis de unidad, y con liderazgos radicales en el PNV, EA, Esquerra y CiU, donde se frotan las manos, convencidos de que volverán a tener las llaves del gobierno de España en su poder. Salvo una avalancha sorpresa a favor del PSOE o del PP, o salvo que un empate equilibrado obligue a los dos grandes partidos, sin Zapatero ni Rajoy, a una gran coalición, como la de Alemania, para recomponer los graves destrozos de la legislatura que se acaba y afrontar la crisis económica que está al llegar.

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