Un analgésico llamado Botox
Para las migrañas, la fibromialgia, el vaginismo... Aunque en los últimos tiempos el Botox (nombre comercial de la toxina botulínica tipo A) se ha hecho especialmente popular como tratamiento cosmético, lo cierto es que también es una terapia eficaz para aliviar temporalmente trastornos dolorosos relacionados con una excesiva contracción muscular. Una revisión que recoge el último Journal of Neurology, Neurosurgery and Psychiatry repasa algunos de ellos.
Hace casi dos siglos que se desveló el potencial terapéutico de este agente, el veneno más potente que existe. En 1817, Justinus Kerner (poeta y autor de tratados médicos) descubrió que la toxina paralizaba los músculos y la función parasimpática (parte del sistema nervioso) y propuso que podría emplearse como tratamiento médico.
A comienzos de los años 80 se autorizó por primera vez como terapia: la FDA (la agencia estadounidense del medicamento) le daba el visto bueno para corregir el estrabismo. Actualmente, su principal aplicación todavía es el tratamiento de trastornos que se manifiestan por una excesiva o inapropiada contracción de los músculos, como la espasticidad que sufren las personas con parálisis cerebral.
Algunos ejemplos
En este sentido, una de las indicaciones que se está extendiendo con más rapidez es el tratamiento de los espasmos musculares dolorosos. Así, un equipo de investigadores estadounidenses reveló que el Botox lograba aliviar la lumbalgia crónica en una quincena de pacientes a los que se les había inyectado la toxina en la espalda.
Otros trastornos que ocasionan espasmos o sensibilidad en los músculos también parecen mejorarse con la toxina, como el dolor miofascial (en las fascias o tejidos que rodean y separan el tejido muscular) típico de la fibromialgia; las molestias en la boca, cara o en la articulación de la mandíbula (normalmente debidas al bruxismo o rechinar de dientes) y otros dolores musculoesqueléticos.
Además, actualmente comienza a presentarse como una prometedora terapia para tratar cefaleas y migrañas. De todos modos, el autor de esta revisión, Joseph Jankovic, neurólogo de la Facultad de Medicina de Baylor (EEUU), precisa que existe una escasez de estudios bien diseñados sobre esta última aplicación terapéutica.
Investigaciones
Mientras algunas investigaciones controladas con placebo [un grupo de pacientes recibe una sustancia inactiva para compararlos con los enfermos tratados] han mostrado beneficios en personas con cefaleas crónicas o tensionales, otras han dado resultados mixtos.
Actualmente no hay suficientes evidencias positivas para un tratamiento generalizado de las cefaleas con la toxina botulínica tipo A, insiste Jankovic.
Otra de las aplicaciones que podría tener la neurotoxina en el futuro es para tratar el vaginismo, un espasmo involuntario de los músculos que rodean la vagina, de manera que ésta se cierra haciendo que la penetración sea dolorosa, incluso imposible.
Una investigación iraní ha probado la neurotoxina en una veintena de mujeres con este trastorno y, tras dos sesiones de inyecciones, casi todas las pacientes lograron mantener relaciones sexuales con sus parejas sin dolor.
Causas
Jankovic apunta varias posibles explicaciones de los efectos analgésicos de Botox. Por una parte, la toxina podría bloquear la liberación de sustancias que sensibilizan los nociceptores (terminaciones nerviosas) de los músculos y que, por tanto, los hacen susceptibles al dolor.
También es posible que supriman la inflamación de origen neurológico o bien que inhiban la liberación de la sustancia P, el glutamato u otros péptidos y neurotransmisores que intervienen en la percepción del dolor.
Hace casi dos siglos que se desveló el potencial terapéutico de este agente, el veneno más potente que existe. En 1817, Justinus Kerner (poeta y autor de tratados médicos) descubrió que la toxina paralizaba los músculos y la función parasimpática (parte del sistema nervioso) y propuso que podría emplearse como tratamiento médico.
A comienzos de los años 80 se autorizó por primera vez como terapia: la FDA (la agencia estadounidense del medicamento) le daba el visto bueno para corregir el estrabismo. Actualmente, su principal aplicación todavía es el tratamiento de trastornos que se manifiestan por una excesiva o inapropiada contracción de los músculos, como la espasticidad que sufren las personas con parálisis cerebral.
Algunos ejemplos
En este sentido, una de las indicaciones que se está extendiendo con más rapidez es el tratamiento de los espasmos musculares dolorosos. Así, un equipo de investigadores estadounidenses reveló que el Botox lograba aliviar la lumbalgia crónica en una quincena de pacientes a los que se les había inyectado la toxina en la espalda.
Otros trastornos que ocasionan espasmos o sensibilidad en los músculos también parecen mejorarse con la toxina, como el dolor miofascial (en las fascias o tejidos que rodean y separan el tejido muscular) típico de la fibromialgia; las molestias en la boca, cara o en la articulación de la mandíbula (normalmente debidas al bruxismo o rechinar de dientes) y otros dolores musculoesqueléticos.
Además, actualmente comienza a presentarse como una prometedora terapia para tratar cefaleas y migrañas. De todos modos, el autor de esta revisión, Joseph Jankovic, neurólogo de la Facultad de Medicina de Baylor (EEUU), precisa que existe una escasez de estudios bien diseñados sobre esta última aplicación terapéutica.
Investigaciones
Mientras algunas investigaciones controladas con placebo [un grupo de pacientes recibe una sustancia inactiva para compararlos con los enfermos tratados] han mostrado beneficios en personas con cefaleas crónicas o tensionales, otras han dado resultados mixtos.
Actualmente no hay suficientes evidencias positivas para un tratamiento generalizado de las cefaleas con la toxina botulínica tipo A, insiste Jankovic.
Otra de las aplicaciones que podría tener la neurotoxina en el futuro es para tratar el vaginismo, un espasmo involuntario de los músculos que rodean la vagina, de manera que ésta se cierra haciendo que la penetración sea dolorosa, incluso imposible.
Una investigación iraní ha probado la neurotoxina en una veintena de mujeres con este trastorno y, tras dos sesiones de inyecciones, casi todas las pacientes lograron mantener relaciones sexuales con sus parejas sin dolor.
Causas
Jankovic apunta varias posibles explicaciones de los efectos analgésicos de Botox. Por una parte, la toxina podría bloquear la liberación de sustancias que sensibilizan los nociceptores (terminaciones nerviosas) de los músculos y que, por tanto, los hacen susceptibles al dolor.
También es posible que supriman la inflamación de origen neurológico o bien que inhiban la liberación de la sustancia P, el glutamato u otros péptidos y neurotransmisores que intervienen en la percepción del dolor.
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