Mito griego
Campeón mezquino, cicatero, pero campeón. Ocho partidos con el mismo corte y nadie ha encontrado disolventes contra el hormigón griego, sorpresa y mito para la historia del fútbol. La pizarra de Rehhagel y el sudor de sus hombres derribaron a un Portugal (0-1), víctima de todo lo que rodeó a la final, inútil con sus extremos, permutas y toque ligero. Deco y Figo, agotados y sin ideas, personificaron la debacle portuguesa, el primer equipo anfitrión que pierde la final de una Eurocopa.
Maniqueísmos aparte, los griegos merecieron la victoria. Esperaron hasta el último partido para jugar a algo parecido al fútbol, porque aparte de su maestría para desquiciar al rival, cualquier jugada trenzada o apuesta por algo más que el pelotazo de urgencia resultaba inédita. La Grecia 'constrictor' mata por ahogamiento y engulle a la presa cuando le falta el aire. Una pelota aislada, un córner ideado por la cabeza calva de Basinas y la aparición refulgente de Charisteas para anotar en el minuto 57 un título asombroso. Ningún gol en contra en los tres partidos decisivos. 1-0 por triplicado y máxima productividad para el mito.
Con las cartas bocabajo y la obstinada estrategia del amontonamiento de zagueros, tumbaron a un rival muy superior en lo técnico. En la final no iban a hacer una excepción. Scolari, que había visto a los checos aburridos de colgar balones hacia la cabeza de Koller, cambió las coordenadas, pero sólo le funcionó hasta el ecuador de la primera parte. Carvalho sacaba el balón con ademán orgulloso, lo cedía a Maniche y desde allí partía hacia alguna de las esquinas. Pausa, paciencia y Figo y Nuno Valente, por la izquierda. Miguel sorprendiendo desde atrás con un disparo que repelió Nikopolidis con la punta de los dedos. Sin embargo todas las buenas ideas se las llevó el aire a la media hora. Figo y Deco, letra pequeña, menguaban ante Seitaridis y Zagorakis y el equipo quedó sin perspectiva.
Los griegos se concedieron más libertades en esa primera parte que en todo el torneo. Bajo el mandato de Giannakopoulos, sustituto del sancionado Karagounis, se beneficiaba Zagorakis, que hacía algún alto en su persecución sobre Deco para sobrepasar campo contrario. En una falta lateral, siempre botada por Basinas, el balón terminó en el segundo palo y Vryzas cayó al suelo víctima de Carvalho. El media punta de la Fiorentina nadaba a gusto en las transiciones beneficiado por la baja de Miguel por lesión al final del primer tiempo. Grecia levantaba el cuello ante el estupor del estadio de la Luz.
Tras los vestuarios, Charisteas seguía incordiando de espaldas a la portería, descolgado hacia el lado derecho. Aclaraban las mentes griegas y tras el testarazo de Charisteas, Portugal recurrió a la partitura de Rui Costa, un viejo rockero conjurado para su último partido con la camiseta 'vermelha'.
Lastrados por la nulidad de Pauleta y la obnubilación de Figo y Deco, Portugal sufrió la maldición capicúa, los mismos rigores que le acecharon el día del debut. Nikopolidis sólo se estiró tras dos acciones de genio de Figo. Cristiano Ronaldo, atenazado por la responsabilidad, mandó a la tribuna un par de ocasiones inmejorables, únicamente empujadas por la épica. El nuevo icono lloró una derrota que pertenecía a otra generación, la de Figo y Rui Costa, pareja inimitable y carne de cañón ante la batidora de Rehhagel.
Maniqueísmos aparte, los griegos merecieron la victoria. Esperaron hasta el último partido para jugar a algo parecido al fútbol, porque aparte de su maestría para desquiciar al rival, cualquier jugada trenzada o apuesta por algo más que el pelotazo de urgencia resultaba inédita. La Grecia 'constrictor' mata por ahogamiento y engulle a la presa cuando le falta el aire. Una pelota aislada, un córner ideado por la cabeza calva de Basinas y la aparición refulgente de Charisteas para anotar en el minuto 57 un título asombroso. Ningún gol en contra en los tres partidos decisivos. 1-0 por triplicado y máxima productividad para el mito.
Con las cartas bocabajo y la obstinada estrategia del amontonamiento de zagueros, tumbaron a un rival muy superior en lo técnico. En la final no iban a hacer una excepción. Scolari, que había visto a los checos aburridos de colgar balones hacia la cabeza de Koller, cambió las coordenadas, pero sólo le funcionó hasta el ecuador de la primera parte. Carvalho sacaba el balón con ademán orgulloso, lo cedía a Maniche y desde allí partía hacia alguna de las esquinas. Pausa, paciencia y Figo y Nuno Valente, por la izquierda. Miguel sorprendiendo desde atrás con un disparo que repelió Nikopolidis con la punta de los dedos. Sin embargo todas las buenas ideas se las llevó el aire a la media hora. Figo y Deco, letra pequeña, menguaban ante Seitaridis y Zagorakis y el equipo quedó sin perspectiva.
Los griegos se concedieron más libertades en esa primera parte que en todo el torneo. Bajo el mandato de Giannakopoulos, sustituto del sancionado Karagounis, se beneficiaba Zagorakis, que hacía algún alto en su persecución sobre Deco para sobrepasar campo contrario. En una falta lateral, siempre botada por Basinas, el balón terminó en el segundo palo y Vryzas cayó al suelo víctima de Carvalho. El media punta de la Fiorentina nadaba a gusto en las transiciones beneficiado por la baja de Miguel por lesión al final del primer tiempo. Grecia levantaba el cuello ante el estupor del estadio de la Luz.
Tras los vestuarios, Charisteas seguía incordiando de espaldas a la portería, descolgado hacia el lado derecho. Aclaraban las mentes griegas y tras el testarazo de Charisteas, Portugal recurrió a la partitura de Rui Costa, un viejo rockero conjurado para su último partido con la camiseta 'vermelha'.
Lastrados por la nulidad de Pauleta y la obnubilación de Figo y Deco, Portugal sufrió la maldición capicúa, los mismos rigores que le acecharon el día del debut. Nikopolidis sólo se estiró tras dos acciones de genio de Figo. Cristiano Ronaldo, atenazado por la responsabilidad, mandó a la tribuna un par de ocasiones inmejorables, únicamente empujadas por la épica. El nuevo icono lloró una derrota que pertenecía a otra generación, la de Figo y Rui Costa, pareja inimitable y carne de cañón ante la batidora de Rehhagel.
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