Sólo somos seis mujeres en el mundo. La música clásica es muy clásica, como todo lo que la rodea
Inma Shara es una niña prodigio de la música clásica. A sus 32 años, esta discípula de Zubin Mehta nacida en Amurrio (Álava) forma parte de la selecta media docena de mujeres que dirigen grandes orquestas. Tiene temperamento y no soporta ni la indisciplina ni la falta de entrega de algunos músicos que son como funcionarios. Quizá se deba a que prepara cada repertorio 10 horas diarias durante seis meses. ¡Ah!, lo de Shara viene de Sarachaga, se lo cambió porque se pronuncia mejor.
BEATRIZ PÉREZ-ARANDA FOTOGRAFÍA DE CHEMA CONESA
Sinfonía de mujer. Es increíble observar cómo se transmuta a los pocos minutos de esta charla. Basta con pronunciar la palabra clave, MÚSICA, para que se inicie en ella, de manera inconsciente, este proceso. El primer golpe de vista ya te sugiere la vaga impresión de que esconde un contraste de personalidades. Nada tiene que ver con nada, pero su conjunto resulta armonioso.
Viste su juventud con la rigurosidad que marca el clasicismo más ortodoxo. Lleva pantalones de mando y un romántico fular de gasa. El temperamento enmascarado por un físico atractivo que, a buen seguro, despistará a más de uno. No me gustaría estar en el pellejo de esos compañeros que crean ver en ella al prototipo de dulce rubia angelical Se darán de bruces con una enérgica directora de orquesta. Su último concierto, el 8 de junio, fue una gala en honor de la Fundación para los enfermos de Alzheimer, que contó con la presencia de Doña Sofía. El próximo será en diciembre, en el Teatro Real de Madrid. Dirigirá a la Filarmónica de Viena.
P. ¿Qué predomina cuando dirige, su parte masculina o la femenina?
R. Cuando dirijo no me siento ni hombre ni mujer. Simplemente, dejo mi condición de mujer a un lado. Me siento sólo persona y artista. No sé si he tenido la suerte o la desgracia de nacer mujer, pero no voy a renunciar por ello a algo que está por encima del género femenino o masculino. Me sitúo como artista. Punto. En ese sentido, lo único que espero de la orquesta es un trabajo bien hecho. Que se entreguen, igual que lo hago yo. Y sí que es verdad que me molestan mucho, muchísimo, las malas formas; la indisciplina. No lo tolero.
P. Se nota, le ha cambiado la cara.
R. Todo necesita una disciplina. Llevo muy mal la falta de rigurosidad. Respeto que un violín suene mejor o peor, que una flauta toque con mayor o menor virtuosismo Soy consciente de que en una orquesta formada por 100 músicos me voy a encontrar de todo. Ahora bien, una cosa es cómo suene el trombón y otra muy diferente es contemplar a un intérprete tocando repantingado. Se trata de hacer música lo mejor posible y eso implica respetarla en todos sus ámbitos.
P. ¿En su casa es también tan señorita Rhotenmaier?
R. ¿Con mi familia? ¡No, no! Soy muy normal. Tranquila, sin excentricidades. Puede que, incluso, dócil. Lo único que necesito es tiempo para pasear, leer Ni en lo más remoto adopto conductas de marimandona. Asumo mi obsesión por el trabajo bien hecho, la disciplina y el respeto. Creo que constituyen los tres pilares básicos para que todo funcione. Pocas veces he tenido problemas graves con los músicos. Puede que me vean a lo Jekyll y Hyde. Mucha gente me comenta: Parece mentira, cómo eres en tu vida cotidiana y de qué manera te transformas. Siento la música como algo tan mágico que probablemente me convierta en otra persona mientras dirijo. Es un momento de felicidad absoluta, apasionante. No sabes por qué, pero sale fuego de la orquesta. No sé, no lo puedo expresar con palabras; la música acontece, te quiere Entonces, si te entregas, alcanzas el éxtasis.
P. Pues en su entorno arderán de celos
R. (Risas) A mi familia le gusta mucho la música clásica. Es fundamental tener un entorno que comparta ese entusiasmo.
P. ¿Y el público? Por regla general suelen ser entendidos a los que no se les puede dar gato por liebre.
R. Jamás me he encontrado con una situación incómoda o delicada. Más bien lo contrario: un calor exquisito, hasta el extremo de pedirnos propinas sin parar como ocurrió la última vez que dirigí en el Teatro Real de Madrid. Tuvimos que despedirnos porque ya no teníamos más repertorio preparado.
P. Y salió con el público en sus bolsillos.
R. Pasado el éxtasis te quedas exhausto. Es cuando eres consciente de lo que ha sucedido, de que has estado ahí para darles todo lo que tienes. Has dirigido la orquesta, pero también a ellos. Al fin y al cabo, el director es un poco la parte central del espectáculo.
P. Espectáculo que rezuma glamour elitista.
R. Es un valor añadido que debemos mantener, aunque detrás estén agazapadas muchas miserias que aparecen con nitidez a la mañana del día siguiente. Pero el público no debe enterarse de esa trastienda, es su momento de fiesta y ese aspecto es el que tiene que primar. No es cuestión de elite, la música clásica va dirigida a todo el mundo. Sólo tenemos que predisponer nuestro oído para escucharla, sin obcecarse en ese no entiendo.
P. Entender o no El caso es que si falla algo, la culpa es del jefe, forma parte del sueldo.
R. Sí. Hay músicos que son como funcionarios. Por mucho que ensayes no interpretan la partitura como tú la concibes. Te desesperas. No paran de criticar al director o directora.
P. Directoras pocas. ¿Impera el machismo?
R. Somos seis mujeres en todo el mundo. Nada más. La música clásica es muy clásica, como todo lo que la rodea. La incorporación de la mujer ha sido muy tardía y originó problemas en ciertos colectivos musicales. Concretamente, en círculos de Viena y de Berlín.
P. Las orquestas de Viena prohíben expresamente la presencia de mujeres.
R.. El año pasado se logró la presencia de una arpista, pero siguen siendo muy reacios. Afortunadamente, representan ya la excepción.
P. Pero lo habitual es verlas en la orquesta, no en el podio.
R. Somos una minoría. Pero estamos... aunque con dificultades. Es una profesión muy dura. Carece de infraestructuras que canalicen o aglutinen a los directores, con lo cual la carrera se convierte en un aprendizaje individual. No se han establecido pautas fijas para entrar en la profesión.
P. Igual la vemos montando la primera asociación de directores.
R. Ojalá, ojalá. Estamos demasiado dispersos. No tenemos una voz propia.
P. ¿Les escuchan los políticos?
R. El error que cometen todos los gobiernos es el de potenciar la creación de grandes orquestas y no la educación musical de los niños. Actualmente, sólo en casos aislados se preocupan y ocupan de cubrir el vacío. Uno de ellos es Fernando Argenta, que realiza una labor impagable a través de sus programas en Televisión Española y en Radio Nacional.
P. Y a usted, ¿quién le fomentó el gusto por la música clásica? Porque eso de mamá, quiero ser directora de orquesta es un poco complicado de saber cuando eres niño, ¿no?
R. Desde los cuatro años tuve claro que me dedicaría a la música. A eso debo añadir la gran suerte de que mis padres se empeñaran personal y económicamente para fomentarlo. No es un proceso consciente. Empecé con los instrumentos y encontré la orquesta. Para mí era y es la paleta de los colores de un pintor.
P. Y a los 32 años, ¿no se siente muy mayor ya, con muchos de sus sueños cumplidos?
R. Siempre he vivido por y para este objetivo. La constancia es fundamental. La música tiene un aspecto muy bonito, el de la conquista. Es el único arte que se desenvuelve exclusivamente en el momento del concierto. Cada vez que diriges es una nueva responsabilidad. La orquesta es un organismo vivo, un colectivo de seres humanos repleto de diferentes virtudes y miserias. Y no hay playback.
P. Ensayo, disciplina y constancia Es usted la hija que desea tener toda madre.
R. No sé si soy inteligente, pero sí muy constante. En cada programa intento estudiar el repertorio durante los seis meses previos. Necesitas que la obra forme parte de ti, y para eso hay que seguir todo un proceso. Primero lo estudias, después lo interiorizas, acto seguido lo interpretas y luego, en el concierto, debes conseguir que tus brazos sean parte de tu cabeza y de tu obra en cada segundo en que fluye la música. No puedes titubear.
P. ¿Cuántas horas de estudio diarias?
R. Estudiar una obra requiere muchísimo tiempo. Yo invierto unas 10 horas al día. Soy muy disciplinada. Me gusta mi profesión pero no quiero dirigir por dirigir, por eso al año me comprometo sólo con un cierto número de programas.
P. Y, como los grandes, ¿tiene ya cerrada su agenda hasta 2015?
R. Trabajamos con mucha antelación, pero no me puedo comparar con los grandes tenores o directores como Zubin Mehta. Tengo cerrado este año. Muchos proyectos para el que viene. Pero no tengo concretado más allá de 2005, casi 2006. Bueno, me quedo con el año 2006 (risas).
P. Por cierto, Mehta ha sido uno de sus mentores y profesores Todo un lujo.
R.. Un privilegio. Es único entre los únicos. Pero no me dejo influir. Cuando estudio una obra, escucho todas las versiones que existen e intento que mi interpretación sea el resultado de lo que ha escrito el autor, las diferentes concepciones que han percibido otros directores y lo que yo siento. Intento crearme a mí misma, sin imitar a nadie. Sería artificial. Mi empeño pasa por formarme cada poco a poco, con una actitud muy humilde y abierta.
P.Y práctica.
R. ¡Lo dices por haber abreviado el apellido! Al final es mucho más práctico. Estaba cansada de oír: ¿Sara... qué?. Y de repetir: Sarachaga. Así que tomé la calle de en medio: Inma Shara, y se acabó de perder el tiempo, uno de los bienes más caros y deseables.
Discreta
A Inma Shara le gusta vestir de negro. Negro para sostener la mirada de los maestros a los que dirige, y marrón y blanco para vestir una vida privada protegida con férrea discreción es soltera, sin más en la que no caben vicios tan extendidos como el tabaco o el alcohol. Dirige en público y toca el violonchelo en privado. El futuro ya es suyo, sin padrinos, y pasa por un recorrido de grandes sinfónicas en Israel, Alemania, Rumanía, Austria... En España, la orquesta de RTVE y el coro de la Fundación Príncipe de Asturias. Inmaculada Sarachaga le pone música a todo y a todos: a la guerra de Irak, la Obertura trágica, de Brahms, y a su principal protagonista, George Bush, la sinfonía La liberación de Andrómeda por Perseo, de Dittersdorf.
BEATRIZ PÉREZ-ARANDA FOTOGRAFÍA DE CHEMA CONESA
Sinfonía de mujer. Es increíble observar cómo se transmuta a los pocos minutos de esta charla. Basta con pronunciar la palabra clave, MÚSICA, para que se inicie en ella, de manera inconsciente, este proceso. El primer golpe de vista ya te sugiere la vaga impresión de que esconde un contraste de personalidades. Nada tiene que ver con nada, pero su conjunto resulta armonioso.
Viste su juventud con la rigurosidad que marca el clasicismo más ortodoxo. Lleva pantalones de mando y un romántico fular de gasa. El temperamento enmascarado por un físico atractivo que, a buen seguro, despistará a más de uno. No me gustaría estar en el pellejo de esos compañeros que crean ver en ella al prototipo de dulce rubia angelical Se darán de bruces con una enérgica directora de orquesta. Su último concierto, el 8 de junio, fue una gala en honor de la Fundación para los enfermos de Alzheimer, que contó con la presencia de Doña Sofía. El próximo será en diciembre, en el Teatro Real de Madrid. Dirigirá a la Filarmónica de Viena.
P. ¿Qué predomina cuando dirige, su parte masculina o la femenina?
R. Cuando dirijo no me siento ni hombre ni mujer. Simplemente, dejo mi condición de mujer a un lado. Me siento sólo persona y artista. No sé si he tenido la suerte o la desgracia de nacer mujer, pero no voy a renunciar por ello a algo que está por encima del género femenino o masculino. Me sitúo como artista. Punto. En ese sentido, lo único que espero de la orquesta es un trabajo bien hecho. Que se entreguen, igual que lo hago yo. Y sí que es verdad que me molestan mucho, muchísimo, las malas formas; la indisciplina. No lo tolero.
P. Se nota, le ha cambiado la cara.
R. Todo necesita una disciplina. Llevo muy mal la falta de rigurosidad. Respeto que un violín suene mejor o peor, que una flauta toque con mayor o menor virtuosismo Soy consciente de que en una orquesta formada por 100 músicos me voy a encontrar de todo. Ahora bien, una cosa es cómo suene el trombón y otra muy diferente es contemplar a un intérprete tocando repantingado. Se trata de hacer música lo mejor posible y eso implica respetarla en todos sus ámbitos.
P. ¿En su casa es también tan señorita Rhotenmaier?
R. ¿Con mi familia? ¡No, no! Soy muy normal. Tranquila, sin excentricidades. Puede que, incluso, dócil. Lo único que necesito es tiempo para pasear, leer Ni en lo más remoto adopto conductas de marimandona. Asumo mi obsesión por el trabajo bien hecho, la disciplina y el respeto. Creo que constituyen los tres pilares básicos para que todo funcione. Pocas veces he tenido problemas graves con los músicos. Puede que me vean a lo Jekyll y Hyde. Mucha gente me comenta: Parece mentira, cómo eres en tu vida cotidiana y de qué manera te transformas. Siento la música como algo tan mágico que probablemente me convierta en otra persona mientras dirijo. Es un momento de felicidad absoluta, apasionante. No sabes por qué, pero sale fuego de la orquesta. No sé, no lo puedo expresar con palabras; la música acontece, te quiere Entonces, si te entregas, alcanzas el éxtasis.
P. Pues en su entorno arderán de celos
R. (Risas) A mi familia le gusta mucho la música clásica. Es fundamental tener un entorno que comparta ese entusiasmo.
P. ¿Y el público? Por regla general suelen ser entendidos a los que no se les puede dar gato por liebre.
R. Jamás me he encontrado con una situación incómoda o delicada. Más bien lo contrario: un calor exquisito, hasta el extremo de pedirnos propinas sin parar como ocurrió la última vez que dirigí en el Teatro Real de Madrid. Tuvimos que despedirnos porque ya no teníamos más repertorio preparado.
P. Y salió con el público en sus bolsillos.
R. Pasado el éxtasis te quedas exhausto. Es cuando eres consciente de lo que ha sucedido, de que has estado ahí para darles todo lo que tienes. Has dirigido la orquesta, pero también a ellos. Al fin y al cabo, el director es un poco la parte central del espectáculo.
P. Espectáculo que rezuma glamour elitista.
R. Es un valor añadido que debemos mantener, aunque detrás estén agazapadas muchas miserias que aparecen con nitidez a la mañana del día siguiente. Pero el público no debe enterarse de esa trastienda, es su momento de fiesta y ese aspecto es el que tiene que primar. No es cuestión de elite, la música clásica va dirigida a todo el mundo. Sólo tenemos que predisponer nuestro oído para escucharla, sin obcecarse en ese no entiendo.
P. Entender o no El caso es que si falla algo, la culpa es del jefe, forma parte del sueldo.
R. Sí. Hay músicos que son como funcionarios. Por mucho que ensayes no interpretan la partitura como tú la concibes. Te desesperas. No paran de criticar al director o directora.
P. Directoras pocas. ¿Impera el machismo?
R. Somos seis mujeres en todo el mundo. Nada más. La música clásica es muy clásica, como todo lo que la rodea. La incorporación de la mujer ha sido muy tardía y originó problemas en ciertos colectivos musicales. Concretamente, en círculos de Viena y de Berlín.
P. Las orquestas de Viena prohíben expresamente la presencia de mujeres.
R.. El año pasado se logró la presencia de una arpista, pero siguen siendo muy reacios. Afortunadamente, representan ya la excepción.
P. Pero lo habitual es verlas en la orquesta, no en el podio.
R. Somos una minoría. Pero estamos... aunque con dificultades. Es una profesión muy dura. Carece de infraestructuras que canalicen o aglutinen a los directores, con lo cual la carrera se convierte en un aprendizaje individual. No se han establecido pautas fijas para entrar en la profesión.
P. Igual la vemos montando la primera asociación de directores.
R. Ojalá, ojalá. Estamos demasiado dispersos. No tenemos una voz propia.
P. ¿Les escuchan los políticos?
R. El error que cometen todos los gobiernos es el de potenciar la creación de grandes orquestas y no la educación musical de los niños. Actualmente, sólo en casos aislados se preocupan y ocupan de cubrir el vacío. Uno de ellos es Fernando Argenta, que realiza una labor impagable a través de sus programas en Televisión Española y en Radio Nacional.
P. Y a usted, ¿quién le fomentó el gusto por la música clásica? Porque eso de mamá, quiero ser directora de orquesta es un poco complicado de saber cuando eres niño, ¿no?
R. Desde los cuatro años tuve claro que me dedicaría a la música. A eso debo añadir la gran suerte de que mis padres se empeñaran personal y económicamente para fomentarlo. No es un proceso consciente. Empecé con los instrumentos y encontré la orquesta. Para mí era y es la paleta de los colores de un pintor.
P. Y a los 32 años, ¿no se siente muy mayor ya, con muchos de sus sueños cumplidos?
R. Siempre he vivido por y para este objetivo. La constancia es fundamental. La música tiene un aspecto muy bonito, el de la conquista. Es el único arte que se desenvuelve exclusivamente en el momento del concierto. Cada vez que diriges es una nueva responsabilidad. La orquesta es un organismo vivo, un colectivo de seres humanos repleto de diferentes virtudes y miserias. Y no hay playback.
P. Ensayo, disciplina y constancia Es usted la hija que desea tener toda madre.
R. No sé si soy inteligente, pero sí muy constante. En cada programa intento estudiar el repertorio durante los seis meses previos. Necesitas que la obra forme parte de ti, y para eso hay que seguir todo un proceso. Primero lo estudias, después lo interiorizas, acto seguido lo interpretas y luego, en el concierto, debes conseguir que tus brazos sean parte de tu cabeza y de tu obra en cada segundo en que fluye la música. No puedes titubear.
P. ¿Cuántas horas de estudio diarias?
R. Estudiar una obra requiere muchísimo tiempo. Yo invierto unas 10 horas al día. Soy muy disciplinada. Me gusta mi profesión pero no quiero dirigir por dirigir, por eso al año me comprometo sólo con un cierto número de programas.
P. Y, como los grandes, ¿tiene ya cerrada su agenda hasta 2015?
R. Trabajamos con mucha antelación, pero no me puedo comparar con los grandes tenores o directores como Zubin Mehta. Tengo cerrado este año. Muchos proyectos para el que viene. Pero no tengo concretado más allá de 2005, casi 2006. Bueno, me quedo con el año 2006 (risas).
P. Por cierto, Mehta ha sido uno de sus mentores y profesores Todo un lujo.
R.. Un privilegio. Es único entre los únicos. Pero no me dejo influir. Cuando estudio una obra, escucho todas las versiones que existen e intento que mi interpretación sea el resultado de lo que ha escrito el autor, las diferentes concepciones que han percibido otros directores y lo que yo siento. Intento crearme a mí misma, sin imitar a nadie. Sería artificial. Mi empeño pasa por formarme cada poco a poco, con una actitud muy humilde y abierta.
P.Y práctica.
R. ¡Lo dices por haber abreviado el apellido! Al final es mucho más práctico. Estaba cansada de oír: ¿Sara... qué?. Y de repetir: Sarachaga. Así que tomé la calle de en medio: Inma Shara, y se acabó de perder el tiempo, uno de los bienes más caros y deseables.
Discreta
A Inma Shara le gusta vestir de negro. Negro para sostener la mirada de los maestros a los que dirige, y marrón y blanco para vestir una vida privada protegida con férrea discreción es soltera, sin más en la que no caben vicios tan extendidos como el tabaco o el alcohol. Dirige en público y toca el violonchelo en privado. El futuro ya es suyo, sin padrinos, y pasa por un recorrido de grandes sinfónicas en Israel, Alemania, Rumanía, Austria... En España, la orquesta de RTVE y el coro de la Fundación Príncipe de Asturias. Inmaculada Sarachaga le pone música a todo y a todos: a la guerra de Irak, la Obertura trágica, de Brahms, y a su principal protagonista, George Bush, la sinfonía La liberación de Andrómeda por Perseo, de Dittersdorf.
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