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MARSEL & CO

Móvil universal

Casi tres cuartas partes de los españoles tenemos teléfono celular, más común y salerosamente conocido como móvil. Podemos pues decir, sin correr el riesgo de incurrir en error grave, que los únicos españoles -o extranjeros residentes, con o sin papeles- que carecen de móvil son los niños (los niños pequeños, pues ya es corriente su uso a partir de los 12-14 años) los ciudadanos en avanzadísimo estado de ancianidad (y no todos, ni mucho menos) y unos pocos, poquísimos, refractarios.

Esa extensión tremenda y corta en el tiempo (escasamente unos ocho o diez años) ha provocado modificaciones en el comportamiento, digamos, comunicacional de los españoles. Para no llevar las cosas demasiado lejos y convertir esto en un sesudo estudio sociológico, valga decir que, como ya han dicho por ahí, ya no llamamos a hogares sino que lo hacemos a personas, con todas las buenas y malas consecuencias que ello conlleva; las telecos, sobre todo, claro, Telefónica, viene detectando el fenómeno del descenso de las solicitudes de línea fija en los domicilios particulares que en muchos casos solamente se requiere para poder disponer de acceso a Internet. La futura -y yo creo que también fulgurante- extensión y abaratamiento del servicio wi-fi modificará aún más los hábitos telefónicos ciudadanos y, sin duda, obligará a la operadora dominante (y a las demás también, claro, pero en menor medida) a redefinir y llevar a grandes cambios el conjunto de sus productos.

Pero como siempre ocurre en este desgraciado país, la realidad política y empresarial siempre va por detrás de las necesidades del ciudadano. En el primer caso, por ignorancia supina y sonrojante, tan común en nuestros lamentables políticos, y en el segundo, por sinvergüencería monopolística en un ámbito en el que el cliente no existe, existe el súbdito a exprimir, en el que no existe producto sino carnaza -generalmente en estado de putrefacción- para que el súbdto sobreviva y pueda continuar siendo exprimido y en el que el servicio a la colectividad, a la sociedad y al avance del país es un valor totalmente desconocido cuando es obligatorio y consustancial a un monopolio (aunque sólo lo sea de hecho tras setenta y pico años de serlo con todas las de la ley). Por eso, a la compañía hegemónica, por más que otros sinvergüenzas de menor cuantía la hayan hecho ocasionalmente buena, algunos seguimos obstinados en denominarla Timofónica.

Ese monopolio brutal sólo orientado a la cuenta de resultados y al valor de las acciones (del que depende la sustancia de las stock options con que se remunera en buena parte a los engominados de la corbata) ha provocado importantes zonas de sombra en los territorios o comarcas socioeconómicamente más débiles como la montaña o lugares de baja densidad de población: por ejemplo, sé de ciencia y experiencia propia que una parte significativa del Campo de Cariñena no tiene cobertura de telefonía móvil y el Campo de Cariñena tiene una actividad económica notable; pues bien, los agricultores necesitan llevar la radio CB de 27 Mhz en sus tractores para sus comunicaciones normales, pero también para pedir auxilio en caso de accidente, puesto que trabajan en grandes extensiones de secano. Y como esa sombra hay muchas más en España.

Pero, de pronto (¿habrá que creer en la virgen de Lourdes?), un político recibe una iluminación, mete en el programa electoral del partido la universalidad del servicio de telefonía móvil y... ¡Dios mío! ¡¡Milagro!! Se dispone incluso a cumplir ese programa electoral. Y así, el 11 de agosto, en plena lluvia de Perseidas, amanecemos con la noticia de que el ministro Montilla va a iniciar las conversaciones y trámites para declarar la universalidad de este servicio. Bueno, naturalmente los de las stock options ya han puesto el grito en el cielo, ay, ay, ay, quién va a pagar esto, nosotros no, no jodamos, que se nos caen las acciones medio punto y tendremos que comprarnos el Audi treinta centímetros más corto...

En fin, aunque con esperanza, no desdeñamos del todo un cierto y saludable escepticismo hasta que la evidencia de estar en cualquier parte del territorio nacional con el móvil al cien por cien de cobertura (siempre que no se caiga la compañía suministradora, que esta es otra) nos haga reconocer -grata obligación que cumpliremos con alegría- que sí, que vaya, que el ministro iba en serio y que el servicio de telefonía móvil es, en España (y habrá que recordar que España es también las islas Canarias) universal.

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