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MARSEL & CO

Ninguna terapia contra el cáncer prostático preserva la vida sexual

A Willet Whitmore, el 'padre' de la urología oncológica, se le recuerda más por el interrogante que lanzó acerca de cuál es la terapia más conveniente para tratar el tumor prostático que por sus hallazgos científicos. «Si un paciente de cáncer de próstata necesita tratamiento, ¿es posible llevarlo a cabo? Y si es posible, ¿es necesario?».

Este dilema sigue hoy plenamente vigente. Un nuevo estudio acaba de poner sobre la mesa de los urólogos el rosario de efectos adversos que experimentan los pacientes a causa de los tratamientos más utilizados contra esta enfermedad, la cirugía para extirpar la glándula (prostatectomía radical) y la radioterapia, y que deterioran notablemente su calidad de vida.

Tras seguir durante cinco años a más de mil varones estadounidenses tratados de tumores localizados (901 operados y 286 radiados), los autores del trabajo comprobaron que las secuelas de ambas terapias son similares a largo plazo. El 80% de los prostatectomizados y el 64% de los radiados sufría impotencia, el 29% de los primeros y el 4% de los segundos utilizaba pañales para la incontinencia urinaria y el 20% de los operados y el 29% de los que recibieron radiación tenía problemas intestinales.

La investigación deja mal parada a la radioterapia, preferida por algunos pacientes bajo la creencia de que preserva más eficazmente la función sexual. Los investigadores han comprobado que esto es cierto durante los dos primeros años, pero después esta supuesta ventaja desaparece y los varones experimentan un llamativo declive.

¿Cuántos aceptarían estos riesgos si supieran que con frecuencia las terapias no modifican las probabilidades de morir por este cáncer?, se preguntan los autores del editorial que acompaña al estudio en el último 'The Journal of the National Cancer Institute'.

La raíz del problema radica en el hecho de que, con los actuales métodos diagnósticos, no es posible predecir cuál va a ser el comportamiento de la enfermedad cuando el tumor está localizado en una zona. «No podemos saber si se va a desarrollar de forma agresiva o si, a lo mejor, no va a dar problemas antes de 20 años», explica Antoni Gelabert, coordinador del Grupo de Urología Oncológica de la Asociación Española de Urología.

Tampoco hay herramientas disponibles para identificar a aquéllos para los cuales el tratamiento puede ofrecer más beneficios en términos de supervivencia que inconvenientes para su calidad de vida.

Uno de los hallazgos más inesperados ha sido la constatación del impacto negativo de la radiación sobre la función sexual a largo plazo. En concreto, se ha observado que un mayor número de estos pacientes experimenta disfunción eréctil (impotencia) respecto a aquéllos que fueron operados.

El mecanismo por el que la radioterapia afecta negativamente a la vida sexual no tiene nada que ver con el daño que también ocasiona la prostatectomía a este nivel. Los varones a los que se les extirpa la próstata ven afectada su función sexual de forma súbita tras la cirugía. En el caso de la radioterapia, los autores sugieren un origen psicológico para explicar este declive, mientras que otras investigaciones han apuntado que puede causar daños a la vasculatura y a los nervios del pene.

Los pacientes participantes en el seguimiento fueron captados durante los años 1994 y 1995. Desde entonces, se han incorporado nuevas formas de tratamiento, como la braquiterapia (una forma de radioterapia local que se aplica insertando en la próstata unas semillas que emiten radiación) y la hormonoterapia (fármacos que inhiben la acción de los andrógenos, las hormonas sexuales masculinas que favorecen el crecimiento tumoral).

Aunque no existen estudios comparativos entre ellas, se sabe que respecto a la cirugía, la braquiterapia se asocia a un menor riesgo de incontinencia pero a mayores problemas de obstrucción e irritación urinaria. Los efectos a largo plazo sobre la función sexual y el intestino son similares a los que ocasiona el quirófano.

En cuanto a la castración con fármacos, se ha convertido en terapia inicial habitual para los tumores localizados, pero igualmente presenta efectos adversos a nivel sexual. Además, el uso continuado de esta medicación se relaciona con otros problemas, como una mayor propensión a la obesidad y una disminución de la densidad ósea.

Una espiral imparable

A pesar de que el método 'mágico' para detectar el cáncer de próstata con un simple análisis de sangre (el PSA) pierde fuerza y cada vez son más los científicos que dudan de su fiabilidad como marcador tumoral, la realidad es que está llevando a la mesa de operaciones a miles de varones. ¿Innecesariamente? Muchos urólogos piensan que sí. «Sería muy cuestionable si se debe tratar a todos, por lo menos a una gran cantidad de ellos», opina Antoni Gelabert. Pero, reconoce que al final, si se detecta un cáncer y no hay manera de predecir su capacidad letal, «no puedes inhibirte, hay que hacer algo».

«Quizá estamos sobretratando a algunos», coincide Alfredo Rodríguez Antolín, urólogo del Hospital Doce de Octubre de Madrid. En su opinión, resolver el dilema del tratamiento del cáncer de próstata es «el logro que habrá que definir en la próxima década». Hasta entonces, les parece «razonable» atacar agresivamente al tumor, aun a costa de la carga de secuelas que dejará como recuerdo.

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