Diario de un agente de la SGAE
La vida de un agente de la SGAE no es precisamente un lecho de rosas. Conseguir erradicar el fraude en la utilización de los derechos de autor es una dura tarea y en la que podemos vernos abocados en situaciones de conflicto. La gente es miserable y ruin. Se pasa el día vulnerando los derechos de autor a la mínima oportunidad. La mayoría no tiene escrúpulos. Todo el tiempo cantando sin pasar por caja.
Algunos son muy vivos, se aprenden las letras y no paran de clavárselas a sus compañeros de trabajo y amigos. Canciones contagiosas que pasan de boca a boca sin que la SGAE vea un euro. Nuestro deber es acabar con toda esta infamia. El cuarto de baño es una de las bases de operaciones más utilizadas. Cantar bajo la ducha es una de las acciones más viles e impunes. ¿Cómo pueden sentirse Ramoncín, Ana Belén y otros adalides de la música digital al constatar que millones de personas, tal y como las trajeron al mundo, entonan sus canciones mitigando el sonido con el agua del grifo? Las amas de casa que canturrean mientras planchan la ropa, los ciclistas que silban descuidadamente, los músicos que pululan por los pasillos del metro, los mocosos que piden el aguinaldo molestando a los vecinos... Todos se han conjurado contra la SGAE. Si a esto le añadimos el top-manta, las redes P2P (peer to peer), el DVD y CD Crossing, comprobaremos que vivimos en un mundo afixiante para los autores.
Un poco de historia
Históricamente se han pisoteado los derechos de autor, si bien no había una conciencia clara de ello y organizaciones como la Inquisición se dedicaban a otras tareas de más calado social. De hecho abundan obras cuyo autor es anónimo, seres altruistas relegados al olvido amén de no cobrar moneda alguna por un trabajo rentabilizado por siglos. ¿Quién no recuerda la literatura de cordel que mendigos y ciegos se encargaban de difundir sin menoscabo para sus ingresos? ¿O los grandes romances medievales? ¿Quién pagó a Rolando por su canción o al Mío Cid por su cantar? Al general Riego, su famoso himno, no le supuso pingües beneficios sino acabar ajusticiado de forma bochornosa por el régimen absolutista de Fernando VII. Pero es hora de corregir tantos años de fraude y de libertinaje.
Departamento de operaciones
Ésa es precisamente la misión de nuestro Departamento de Operaciones: preparar a los agentes para localizar y neutralizar el fraude allí donde se produzca. Para ello, un equipo de expertos nos prepara a conciencia, adiestrándonos en técnicas de camuflaje y de mimetización. Nos enseñan cómo distinguir a aquellos presuntos piratas. Basta con mirarles a los ojos y utilizar el olfato. Huelen a culpables.
Hay muchos perfiles dispares: los fans, los punkys desfasados, los feligreses que cantan canciones de Bob Dylan en la iglesia, la tuna compostelana, los orfeones, los asistentes a los mítines políticos... Hemos copiado técnicas de la CIA y adaptado los procedimientos de los Hombres de Negro. Una vez detectado el culpable, nos acercamos a él y le sometemos a un tercer grado con preguntas hirientes.
La mayoría termina rindiéndose ante nuestra insistencia, aunque algunos demuestran tener la cara muy dura. Entre mis experiencias más dolorosas, he visitado pueblos en fiestas, con la boina calada hasta las orejas y un chaleco de pana para pasar desapercibido. Al final terminé saliendo por patas apedreado por los mozos de la localidad. La verdad es que, desde que se impuso lo del canon por copia privada en los CDs y DVDs, nuestro modus vivendi es cada día más peligroso, debido al odio que nos hemos granjeado entre la población.
En los últimos tiempos, andamos detrás de un tipo de delincuente muy escurridizo que actúa siempre al resguardo de la oscuridad. Se trata del revienta-películas, ese ser sin escrúpulos, que se encarga de chafarnos el final de las historias. O que nos avisa de que le van a clavar el puñal al bueno. No hay barrera de protección para película alguna, pues las ha visto todas.
Entre los más peligrosos de esta calaña, hay uno especialmente inquietante: Claudio de Fidio, capaz de nombrarte los actores de cualquier película como si fuera la alineación del Madrid. También te chafa los extras del DVD pues se sabe la vida y milagros del director del filme. Memoriza los diálogos y los va soltando a sus compañeros sin que ellos puedan hacer nada por evitarlo. Hemos hecho una redada especial para intentar trincarle.
A mí me ha tocado un cine de barrio de Parla,una población muy cercana al sur de la capital. Por el retrato robot, no sin estupor, consigo reconocerlo. Va sin afeitar y con el pelo largo, lleva ciertos andares de superioridad, pues se siente seguro y va acompañado de dos féminas, sus dos víctimas propiciatorias. Las infelices no saben que van a sufrir una hora y media de interrupciones y de comentarios intempestivos.
Gracias al móvil, todos mis compañeros están enterados, y ya rodean las salidas de la sala. Cuando a mitad de la película se dirige a comprar una coca-cola light, conseguimos reducirle y le introducimos en la habitación de las escobas. Le leemos sus derechos, pero el tío ni se inmuta. Un agente de policía lo esposa y se lo lleva al coche patrulla para meterlo a buen recaudo.
Orgulloso por el deber cumplido, me dirijo con mi compañero Alfred a un pub de la zona de marcha de Chueca. Nos tenemos bien merecida una cerveza fresca y un pitillo. En el fragor del garito, vemos a una pareja bailar de forma descarada. El canta «Si tú me dices ven, lo dejo todo», ella está enfadada, parecen un matrimonio divorciado. Al fondo de la cueva, otro tipo con gafas aúlla canciones de Rosendo sin autorización reglamentaria. Mierda, vuelta al trabajo. Unas llamadas y a la media hora los tres individuos salen escoltados por la policía nacional a hacerle compañía a De Fidio.
Un rato en el cibercafé, antes de irme a dormir, me ayudará a relajarme después de esta jornada tan dura. A mi lado, una chica rubia navega por iTunes Music Store. Con desenfado y desenvoltura selecciona canciones de Maná y Robbie Williams (por cierto, uno de mis artistas favoritos). Busco conversación y le disparo aquello de que no hay nada como la música. Ella me responde con una sonrisa que le encanta bajarse música on-line legal. Con estos precios y la facilidad de descarga, todo es coser y cantar. Me ha conmovido. Al despedirnos me ha dicho su nombre, Reggie. Me ha dado su número de teléfono, y al cerrar el bolso he podido distinguir un iPod. Es genial. Creo que me voy a enamorar.
Algunos son muy vivos, se aprenden las letras y no paran de clavárselas a sus compañeros de trabajo y amigos. Canciones contagiosas que pasan de boca a boca sin que la SGAE vea un euro. Nuestro deber es acabar con toda esta infamia. El cuarto de baño es una de las bases de operaciones más utilizadas. Cantar bajo la ducha es una de las acciones más viles e impunes. ¿Cómo pueden sentirse Ramoncín, Ana Belén y otros adalides de la música digital al constatar que millones de personas, tal y como las trajeron al mundo, entonan sus canciones mitigando el sonido con el agua del grifo? Las amas de casa que canturrean mientras planchan la ropa, los ciclistas que silban descuidadamente, los músicos que pululan por los pasillos del metro, los mocosos que piden el aguinaldo molestando a los vecinos... Todos se han conjurado contra la SGAE. Si a esto le añadimos el top-manta, las redes P2P (peer to peer), el DVD y CD Crossing, comprobaremos que vivimos en un mundo afixiante para los autores.
Un poco de historia
Históricamente se han pisoteado los derechos de autor, si bien no había una conciencia clara de ello y organizaciones como la Inquisición se dedicaban a otras tareas de más calado social. De hecho abundan obras cuyo autor es anónimo, seres altruistas relegados al olvido amén de no cobrar moneda alguna por un trabajo rentabilizado por siglos. ¿Quién no recuerda la literatura de cordel que mendigos y ciegos se encargaban de difundir sin menoscabo para sus ingresos? ¿O los grandes romances medievales? ¿Quién pagó a Rolando por su canción o al Mío Cid por su cantar? Al general Riego, su famoso himno, no le supuso pingües beneficios sino acabar ajusticiado de forma bochornosa por el régimen absolutista de Fernando VII. Pero es hora de corregir tantos años de fraude y de libertinaje.
Departamento de operaciones
Ésa es precisamente la misión de nuestro Departamento de Operaciones: preparar a los agentes para localizar y neutralizar el fraude allí donde se produzca. Para ello, un equipo de expertos nos prepara a conciencia, adiestrándonos en técnicas de camuflaje y de mimetización. Nos enseñan cómo distinguir a aquellos presuntos piratas. Basta con mirarles a los ojos y utilizar el olfato. Huelen a culpables.
Hay muchos perfiles dispares: los fans, los punkys desfasados, los feligreses que cantan canciones de Bob Dylan en la iglesia, la tuna compostelana, los orfeones, los asistentes a los mítines políticos... Hemos copiado técnicas de la CIA y adaptado los procedimientos de los Hombres de Negro. Una vez detectado el culpable, nos acercamos a él y le sometemos a un tercer grado con preguntas hirientes.
La mayoría termina rindiéndose ante nuestra insistencia, aunque algunos demuestran tener la cara muy dura. Entre mis experiencias más dolorosas, he visitado pueblos en fiestas, con la boina calada hasta las orejas y un chaleco de pana para pasar desapercibido. Al final terminé saliendo por patas apedreado por los mozos de la localidad. La verdad es que, desde que se impuso lo del canon por copia privada en los CDs y DVDs, nuestro modus vivendi es cada día más peligroso, debido al odio que nos hemos granjeado entre la población.
En los últimos tiempos, andamos detrás de un tipo de delincuente muy escurridizo que actúa siempre al resguardo de la oscuridad. Se trata del revienta-películas, ese ser sin escrúpulos, que se encarga de chafarnos el final de las historias. O que nos avisa de que le van a clavar el puñal al bueno. No hay barrera de protección para película alguna, pues las ha visto todas.
Entre los más peligrosos de esta calaña, hay uno especialmente inquietante: Claudio de Fidio, capaz de nombrarte los actores de cualquier película como si fuera la alineación del Madrid. También te chafa los extras del DVD pues se sabe la vida y milagros del director del filme. Memoriza los diálogos y los va soltando a sus compañeros sin que ellos puedan hacer nada por evitarlo. Hemos hecho una redada especial para intentar trincarle.
A mí me ha tocado un cine de barrio de Parla,una población muy cercana al sur de la capital. Por el retrato robot, no sin estupor, consigo reconocerlo. Va sin afeitar y con el pelo largo, lleva ciertos andares de superioridad, pues se siente seguro y va acompañado de dos féminas, sus dos víctimas propiciatorias. Las infelices no saben que van a sufrir una hora y media de interrupciones y de comentarios intempestivos.
Gracias al móvil, todos mis compañeros están enterados, y ya rodean las salidas de la sala. Cuando a mitad de la película se dirige a comprar una coca-cola light, conseguimos reducirle y le introducimos en la habitación de las escobas. Le leemos sus derechos, pero el tío ni se inmuta. Un agente de policía lo esposa y se lo lleva al coche patrulla para meterlo a buen recaudo.
Orgulloso por el deber cumplido, me dirijo con mi compañero Alfred a un pub de la zona de marcha de Chueca. Nos tenemos bien merecida una cerveza fresca y un pitillo. En el fragor del garito, vemos a una pareja bailar de forma descarada. El canta «Si tú me dices ven, lo dejo todo», ella está enfadada, parecen un matrimonio divorciado. Al fondo de la cueva, otro tipo con gafas aúlla canciones de Rosendo sin autorización reglamentaria. Mierda, vuelta al trabajo. Unas llamadas y a la media hora los tres individuos salen escoltados por la policía nacional a hacerle compañía a De Fidio.
Un rato en el cibercafé, antes de irme a dormir, me ayudará a relajarme después de esta jornada tan dura. A mi lado, una chica rubia navega por iTunes Music Store. Con desenfado y desenvoltura selecciona canciones de Maná y Robbie Williams (por cierto, uno de mis artistas favoritos). Busco conversación y le disparo aquello de que no hay nada como la música. Ella me responde con una sonrisa que le encanta bajarse música on-line legal. Con estos precios y la facilidad de descarga, todo es coser y cantar. Me ha conmovido. Al despedirnos me ha dicho su nombre, Reggie. Me ha dado su número de teléfono, y al cerrar el bolso he podido distinguir un iPod. Es genial. Creo que me voy a enamorar.
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