la-inflacion-la-mayor-estafa-de-todos-los-tiempos
Hace ya algunos años Tomas Jefferson emitió esta grave sentencia: Si el pueblo otorgara a los bancos el poder de emitir dinero, los bancos y las corporaciones crecerían por encima de los individuos desproveyéndoles de toda propiedad hasta que sus hijos despertaran sin hogar en el continente que fue conquistado por sus padres. Algunos años más tarde Henry Kissinger también dijo que quien controla el dinero controla al mundo, sin duda era de la misma opinión que Meyer Amschel Rothschild el padre de la banca internacional, tal y como la conocemos hoy en día. Lo verdaderamente preocupante después de tener en cuenta estas afirmaciones provenientes de poderosos hombres del establishment acerca del poder que otorga el control del dinero es el consdierar la siguiente afirmación de Reginald Mckenna: Los bancos pueden crear, y de hecho lo hacen, dinero de la nada. Si todo lo anterior fuera cierto, los bancos, esas rancias instituciones financieras que aportan tan poco valor a la sociedad tendrían un gran poder sobre nosotros y además ese poder les saldría prácticamente gratis.
El dinero en si no es más que otra mercancía, ya sea en su forma de metal acuñado o de papel impreso, su única diferencia con las revistas o las cuberterías es que la gente lo cree útil para hacer circular toda clase de mercancías o servicios. En cierta manera el poder del dinero es como el de la iglesia, el día que se deje de creer en él desaparecerá. Ya ha ocurrido alguna vez y hemos podido comprobar como algunas divisas se han desplomado a lo largo de la historia, antiguamente esto podía ocurrir debido a su degradación (resultante de la rebaja de la proporción de metales preciosos en las monedas acuñadas) o por el caso contrario una abundancia excesiva de metales que son acuñados, la cual tendía a disminuir el valor real de la plata o el oro y con ello el del dinero que antiguamente se basaba en estos. Eso era antes cuando la mercancía que se utilizaba para hacer circular las demás mercancías tenía una base de valor real, estaba compuesto por algo que era codiciado por casi todos los hombres: el oro y la plata.
Solo un necio confunde valor con precio, es uno de los dichos más populares en España y dicha sentencia coincide plenamente con la enseñanzas del más brillante economista de todos los tiempos: Y aunque los bienes no siempre obtienen dinero con la misma facilidad con la que el dinero obtiene bienes, a largo plazo ocurre lo contrario: éstos lo consiguen a aquel más fácilmente que a la inversa. Los bienes sirven para muchas cosas aparte de adquirir dinero, pero el dinero sólo sirve para comprar bienes. Por lo tanto el dinero corre necesariamente tras los bienes pero los bienes no siempre ni necesariamente corren tras el dinero
Y es en este punto donde arranca este pequeño ensayo basado en las relaciones entre el valor y el precio de las cosas que básicamente consiste en una investigación sobre las causas que hacen que en términos generales y contra las más elementales normas de lógica se produzca un aumento general de los precios. Durante años me negué a admitir lo que mi lógica me dictaba: ¿Cómo va ir la inflación en contra de la tendencia natural? ¿Quién puede tener el poder suficiente para provocar esa tendencia en tantas economías y a lo largo de tantos años? Semejante disyuntivas sin duda alguna resultaban desalentadoras para seguir los dictados de la más pobre y simple lógica. Sin duda hubo dos acontecimientos que cambiaron mi perspectiva, la investigación a través de Internet y el comenzar con la lectura de algunos grandes autores como Adam Smith.
El dinero en si no es más que otra mercancía, ya sea en su forma de metal acuñado o de papel impreso, su única diferencia con las revistas o las cuberterías es que la gente lo cree útil para hacer circular toda clase de mercancías o servicios. En cierta manera el poder del dinero es como el de la iglesia, el día que se deje de creer en él desaparecerá. Ya ha ocurrido alguna vez y hemos podido comprobar como algunas divisas se han desplomado a lo largo de la historia, antiguamente esto podía ocurrir debido a su degradación (resultante de la rebaja de la proporción de metales preciosos en las monedas acuñadas) o por el caso contrario una abundancia excesiva de metales que son acuñados, la cual tendía a disminuir el valor real de la plata o el oro y con ello el del dinero que antiguamente se basaba en estos. Eso era antes cuando la mercancía que se utilizaba para hacer circular las demás mercancías tenía una base de valor real, estaba compuesto por algo que era codiciado por casi todos los hombres: el oro y la plata.
Solo un necio confunde valor con precio, es uno de los dichos más populares en España y dicha sentencia coincide plenamente con la enseñanzas del más brillante economista de todos los tiempos: Y aunque los bienes no siempre obtienen dinero con la misma facilidad con la que el dinero obtiene bienes, a largo plazo ocurre lo contrario: éstos lo consiguen a aquel más fácilmente que a la inversa. Los bienes sirven para muchas cosas aparte de adquirir dinero, pero el dinero sólo sirve para comprar bienes. Por lo tanto el dinero corre necesariamente tras los bienes pero los bienes no siempre ni necesariamente corren tras el dinero
Y es en este punto donde arranca este pequeño ensayo basado en las relaciones entre el valor y el precio de las cosas que básicamente consiste en una investigación sobre las causas que hacen que en términos generales y contra las más elementales normas de lógica se produzca un aumento general de los precios. Durante años me negué a admitir lo que mi lógica me dictaba: ¿Cómo va ir la inflación en contra de la tendencia natural? ¿Quién puede tener el poder suficiente para provocar esa tendencia en tantas economías y a lo largo de tantos años? Semejante disyuntivas sin duda alguna resultaban desalentadoras para seguir los dictados de la más pobre y simple lógica. Sin duda hubo dos acontecimientos que cambiaron mi perspectiva, la investigación a través de Internet y el comenzar con la lectura de algunos grandes autores como Adam Smith.
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