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MARSEL & CO

Por un 2008 sin religiones ni políticos que nos dividan

Ayer escuché a Nelson Castro, un muy prestigioso periodista de estas tierras, afirmar que las religiones están viviendo un acelerado proceso de radicalización frente a los desafíos del mundo globalizado.

No sólo se refería al islam, también al cristianismo que, en la parte profunda de EEUU, a través de su apoyo a la agenda neocon, de las bravatas belicistas de los telepredicadores del church belt, y de un presidente como George Bush que dice que actúa aconsejado por “Dios”, ha caído en una deriva que lo ha llevado a situar al universo musulmán como su principal antagonista.

Asimismo, dentro de este diagnóstico incluía a los sectores más extremos del judaísmo (resulta muy interesante, en este aspecto, analizar la alianza que en EEUU se ha dado entre las alas más conservadoras de ambos credos).

No mencionó a las religiones orientales, que tienen en su esencia una función menos proselitista. A lo largo de los siglos, el taoismo, el budismo y el hinduismo se han mostrado menos dados a captar adeptos y más propensos a despertar la curiosidad y el interés de quien desee acercarse a ellos.

En este sentido, desde mi perspectiva de agnóstico – que se vuelve por momentos de “ateo militante” ante los excesos y ambiciones de poder de las iglesias sean del color que sean – la propuestas de estas corrientes de pensamiento siempre me han parecido más próximas a la idea de Dios, ya que creo que un ser de sabiduría infinita, como un buen maestro, sería menos proclive a presentar mandamientos y castigos divinos que a confiar en nuestra propia capacidad de reacción ante su "verdad revelada".

Dentro del mismo espacio en el que hablaba Nelson Castro, el filósofo Fernando Savater citaba a Spinoza, que ya en su tiempo decía que el exceso de celo y la pasión proselitista del islam devienen de las inseguridades propias de la juventud de esta religión. Al tratarse de la más nueva de las creencias monoteístas, necesita reafirmarse constantemente, y por eso algunos de sus creyentes se suelen mostrar tan vehementes en su defensa e imposición, tan dados a sentirse ultrajados y a responder con violencia ante cualquier crítica o puesta en duda de sus convicciones (omito de este análisis a las bestias inhumanas de Al Qaeda, que no responden a credo religioso alguno sino a una agenda política de destrucción por la destrucción misma).

¿Miedo al otro, al que es distinto?

Esta afirmación de Savater me pareció muy sugerente, pues mostraría que los procesos de reafirmación de la propia identidad ante los otros vienen justamente de nuestros miedos e incertidumbres. Si dejamos a un lado la cuestión estrictamente religiosa, y abrimos la lente a la arena política y social, quizás esto nos ayude a entender la gran paradoja de este mundo globalizado en el que las identidades nacionalistas, la intolerancia y los muros que nos dividen no dejan de crecer por todas partes.

He leído cada una de vuestras sugerencias para el libro, que os agradezco profundamente, y he avanzado en su escritura. Espero poder presentaros mañana a los nuevos personajes labrados en base a vuestras observaciones.

Pero se me ocurre que quizás antes de seguir avanzando en la trama deberíamos abordar la cuestión de fondo. ¿Por qué ante la posibilidad que nos brinda este mundo globalizado de vivir codo a codo con el que es distinto, de nutrirnos de la diversidad que se nos ofrece, no dejan de surgir muros que nos separan y nos dividen?

¿Es por miedo al otro? ¿Es por temor a que desparezcan los valores que perfilan nuestra identidad? ¿Es por la defensa egoísta de lo que tenemos? ¿Seremos capaces los seres humanos de renunciar a nuestra tendencia más infantil a la acumulación por la acumulación misma para comprender que nuestro bienestar depende más que nunca del bienestar de los demás?

Por un 2008 sin muros

No tengo respuestas concluyentes, y el ejemplo de la actitud radical de algunos grupos religiosos, que menciono con todo respeto a las creencias de cada uno, me pareció interesante ya que justamente se supone que los sentimientos espirituales deberían ser ante todo universales e incluyentes, y no todo lo contrario. Del mismo modo en que la globalización prometía un espacio común de libertad, convivencia y desarrollo material para cada uno de los habitantes de este planeta, y hasta ahora parece no haber servido más que a intereses financieros y empresariales.

Lo único que puedo hacer ahora es daros las gracias por la compañía, por la complicidad, y desear que este 2008 nos de la posibilidad de derribar todos los muros que nos sean posibles, personales, políticos, sociales y religiosos, para que podamos vivir en paz, concordia y prosperidad.

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