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MARSEL & CO

Los hijos-monstruos de Hitler

EL DICTADOR quería un nuevo hombre alemán. Creó escuelas donde se enseñaba a defender la supremacía aria en largas horas de entrenamientos. Miles de niños fueron sus víctimas
SILVIA ROMAN. Berlín

El programa de estudios incluía clases de boxeo y lucha libre, bajo la atenta mirada de los instructores. / CORBIS


Levantaremos una generación que hará temblar al mundo. Quiero jóvenes excepcionales, intrépidos, despiadados y salvajes. También serán fuertes y guapos. Aprenderán a pensar sólo en Alemania y a actuar para Alemania. Y así será como yo daré vida a un hombre nuevo».

Las víctimas de Adolf Hitler (el innegable autor de las anteriores palabras) no fueron sólo los judíos, homosexuales o gitanos, sino los propios adolescentes alemanes. Niños pertenecientes a la gloriosa raza aria, con apenas 10 años, fueron ingresados en las llamadas Napolas o NPEA, los Institutos Político-Nacionales de Educación, con el fin de convertirles en la raza superior que dominaría la propia Alemania y el mundo entero. Los hijos de ese doctor Frankenstein con bigote quedaron heridos para siempre cuando el sueño de su creador se hizo trizas.

En la Alemania de hoy, donde el estigma de la culpa se va perdiendo y donde se necesita contar para olvidar, los ancianos de la otrora generación Hitler han comenzado a destapar sus vivencias en libros y un joven cineasta alemán, Dennis Gansel, ha filmado Napola, la película que chocará de lleno contra algunas conciencias teutonas.

«Mi abuelo, Fritz Gansel, fue un instructor de la Napola de Hannover en 1940, cuando sólo tenía 24 años», confesaba el director del filme, mediante una interesante e íntima entrevista telefónica.«El fue realmente la inspiración de mi película», añadía. «Discutí hasta el día de su muerte sobre este tema una y otra vez. No podía entender sus argumentos. Los adolescentes fueron tratados de forma violenta y brutal». Uno de los actores, Hardy Kruger, estudió también en una NPEA. Hoy, dice, no se han cerrado las «heridas del alma».

Como Kruger, otros niños de las Napolas dejaron constancia por escrito del horror de su educación. Franz Kottira ingresó en la Napola de Breitensee a los 11 años. Corría el año 1939 y, según recuerda en sus memorias, al principio se sintió «orgulloso» de haber sido uno de los pocos elegidos. Sólo el 20% de los candidatos conseguía entrar en uno de estos centros, instalados generalmente en edificios históricos e intimidatorios (como la Napola de Plön, en el castillo Plön, en el Estado federado de Schleswig-Holstein, con capacidad para 264 niños).

Allí, Kottira y sus compañeros recibían clases de Alemán, Biología e Historia, además de algunas lecciones de lectura... todo barnizado con la siniestra ideología nazi que se aplicaba con férreos métodos.«Mi profesor de Historia nos decía que no podíamos morir tranquilamente en nuestro hogar, sino que teníamos que dar nuestra vida luchando.Y gritaba: "Mejor muerto que esclavo"», asegura Kottira.

Música, Gimnasia y Política completaban la preparación de los futuros amos del mundo. Las nociones de política se reducían a enseñar a los niños a manipular, esto es, a rebatir y convencer a la gente sobre la ideología universal y antinacionalsocialista de que los judíos eran iguales o que los liberales y bolcheviques, aunque distintos a ellos, no tenían por qué respetarse, sino atacarles de la manera más violenta posible. Si bien los judíos eran un tema principal, los homosexuales eran el otro asunto básico y grupo de gente al que se les enseñaba a odiar, bajo la única explicación de que eran «anormales».

En general, el programa escolar era amplio. Los pequeños podían navegar, montar a caballo, en moto o incluso en avión. La esgrima era otra actividad frecuentada. Sin embargo, a la que más se incitaba y llamaba la atención de los niños era el boxeo o la lucha libre.

El horario escolar consistía en cinco horas matinales y otras pocas más por la tarde. Por la mañana, se dedicaban 120 minutos a asignaturas como Política o Historia, mientras que las tres horas restantes se dedicaban a actividades como remar. Tras la comida, la clase de Música era prácticamente obligatoria, y se solía combinar con la de trabajos manuales.

Desde 1933 hasta 1945 (final de la II Guerra Mundial), un total de 43 Napolas se distribuyeron por toda Alemania y Austria. El propio Kottira hizo las pruebas de acceso en Viena. «Recibíamos una educación espartana. El orgullo se me convirtió enseguida en desilusión y todos los niños echábamos de menos nuestra casa.Cada noche llorábamos en la almohada», continúa Kottira.

Respecto a los niños, éstos sufrieron a lo largo de su vida las consecuencias. Tal y como describe Christian Schneider en La herencia de las Napolas, «su individualidad fue destruida y les provocó un distanciamiento de la sociedad, ya que el mundo que les mostraron en su adolescencia fue absurdo e irreal».

Scheneider recoge varios testimonios de antiguos alumnos, como el de Hans Münchebergs, que cuenta cómo los castigos se sucedían continuamente por no elaborar, por ejemplo, una frase correctamente.«De ahí salimos aprendiendo a pasar frío y hambre», asegura Münchebergs, en relación a las penalidades padecidas. «Nunca olvidaré a mi profesor», asegura. «El terror por la férrea disciplina era tal que los muchachos se unían como una piña y se decían: «Uno para todos, todos para uno».

Frank Ossendorfs apoya las palabras de Münchebergs y ejemplifica que sólo con visitar una Napola se comprobaba el opresivo ambiente al que estaban sometidos los niños. «Yo tenía una malísima madrastra.Un día, ésta decidió visitar la Napola de Potsdam y, cómo no, yo acabé ingresando en una», detalla.

Ahora bien, es cierto que algunos internos ocuparon después puestos relevantes en Alemania, como el político Rüdiger von Wechmar o el banquero Alfred Herrhausen, ambos niños Napola.

«En ello también me insistió mi abuelo», precisaba el director, de sólo 30 años, Dennis Gansel. «Además, siempre me contaba la historia de que, en una ocasión, a un niño se le cayó una granada de mano accidentalmente y el profesor se tiró encima para proteger a sus alumnos de la explosión».

EXTREMA DUREZA

«Pero, aunque es cierto que en ellas se produjeron episodios increíbles, y que por ello mismo nos fascinan, no hay que olvidar que la rigidez en ellas fue extrema, en concreto en relación con los ejercicios físicos», precisa Gansel, quien recuerda que a lo que más estaban sometidos estos niños era a unas pruebas físicas de extrema dureza y largas horas de duración.

Así, en la Napola de Plön, existía un campo repleto de obstáculos que padecer y superar un día tras otro, además de una peligrosa pared para escalar. «Menos mal que éramos pequeños y ágiles», recuerda Kottira. Las marchas por el campo les dejaban exhaustos y el descanso y charla finales alrededor de una hoguera (perfecto para rematarles la doctrina nacionalsocialista) eran su gran recompensa.

Los pequeños eran simples y fáciles instrumentos del Tercer Reich.Les estaban educando para ocupar los puestos más elevados y dominar sobre los demás. Y esto no significaba que les concedieran poder y libertad absoluta. Todo lo contrario. La formación de estos niños en las Napolas garantizaba a las huestes del Führer que la generación Hitler nunca se rebelaría, pues su cabeza, corazón y conciencia habían sido conquistados a lo largo de su adolescencia por el cáncer del nazismo.

Sin embargo, algo falló: el Tercer Reich cayó y, con él, toda su estructura del horror. Los niños salieron de las Napolas e intentaron buscar un rincón en un mundo extraño, diferente y desconocido, en el que la generación Hitler no tenía lugar alguno.

LAS CLAVES

LA RAZA

El padre. Hitler consideraba que serían necesarias dos generaciones para lograr el «hombre nuevo» que soñaba para Alemania. Los Institutos Político-Nacionales de Educación (Napolas) fueron creados en 1933, concretamente el 20 de abril, cumpleaños del Führer.

LOS ELEGIDOS

Los hijos. Hubo 43 Napolas (40 de chicos y tres de chicas). Más de 15.000 jóvenes, entre 10 y 18 años, fueron educados en estos institutos. Vestían el uniforme hitleriano y recibían instrucción militar. Eran conocidos como los hijos de Hitler y las SS supervisaban su educación.

Requisitos. Sólo conseguía entrar el 20% de los que lo solicitaban.Debían ser arios puros, presentar unas capacidades físicas perfectas (prohibido llevar gafas) y ser miembros de las Juventudes Hitlerianas.Los afortunados edificarían la nueva Alemania.

EL MENSAJE

Propaganda. Terminados sus estudios. Los alumnos podían estudiar la carrera que quisieran. El régimen esperaba que, convertidos en abogados, médicos o mecánicos, expandieran las ideas del Nazismo entre el resto de la población del país.

VICTIMAS

Disciplina. Aprendían equitación, boxeo, música, pero también que los judíos, homosexuales y bolcheviques eran el enemigo al que había que exterminar. La disciplina era muy férrea y muchos de los alumnos quedaron traumatizados para siempre.

LA PELICULA

Tabú. Una película recuerda ahora la historia de esos niños convertidos en máquinas al servicio del horror nazi. El abuelo del director de Napola fue instructor de uno de esos colegios. Hasta hoy, en Alemania ha sido un tema prohibido.

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