La Francia española. Las raíces hispanas del absolutismo francés de Jean-Frédéric Schaub
La Historia de España a partir del inicio del siglo XVIII no se puede entender cabalmente sin tener en cuenta la profundísima influencia de la vecina Francia en nuestra política, cultura y costumbres. Desde el momento en que, muerto sin descendencia Carlos II, el último de los Austrias, se entronizó en nuestra patria una dinastía francesa, comenzó una relación de dependencia que llega hasta la actualidad. Nuestra política exterior se vinculó a la francesa mediante los Pactos de Familia; las transformaciones que los Borbones emprendieron en el entramado jurídico e institucional de la monarquía hispánica son de impronta francesa; la gran convulsión que sufrió Francia con su Revolución no tardó en trasladarse a España por medio de la sangrienta invasión napoleónica, cuyas consecuencias han condicionado irremediablemente nuestra entrada en la contemporaneidad; el retorno al absolutismo después del Trienio Liberal se produjo también sobre bayonetas francesas; muerto Fernando VII, los moderados importaron de Francia el régime administratif y la versión unitaria y centralizada del Estado constitucional liberal, contra la que repetidamente se alzaron los tradicionalistas y luego también los federalistas, precedente de los actuales nacionalistas; el laicismo agresivo de la II República y el modelo político del Frente Popular se inspiraron en Francia; hasta durante el Régimen del General Franco, en la etapa del desarrollismo de los años sesenta, la Francia del General De Gaulle sirvió de ejemplo para muchas cosas.
Esa influencia, al menos en el plano jurídico-institucional, se quebró con la Transición a la Democracia, pues la Constitución de 1978 tiene escasa influencia francesa y se basa más en los modelos alemán e italiano, por lo que tanto nuestro sistema de organización territorial y administrativo como nuestro sistema de partidos políticos se han alejado de los existentes en Francia. Ello no obstante, la vinculación se ha mantenido en el terreno de la política exterior, sobre todo a través del reconocimiento español del liderazgo francés en el proceso de integración europeo y en el intento de conformar una presencia exterior occidental alternativa a la encabezada por los Estados Unidos de América. Cuando el Presidente Aznar, después de liquidar los últimos restos del sistema de intervención en la economía de tipo francés, trató en su segundo mandato de dar un giro histórico a la política exterior, rompiendo la dependencia de Francia y orientándola en un sentido atlantista más acorde a los intereses nacionales españoles, la reacción de las elites intelectuales y de los creadores de opinión de nuestra patria fue altamente hostil. Se promovió una verdadera revuelta popular violenta, una especie de nuevo Motín de Aranjuez, bajo la excusa de las movilizaciones “pacifistas” contra la Guerra de Iraq, que creó el caldo de cultivo necesario para los atentados del 11 de Marzo del 2004 y para la utilización política de los mismos con el fin de desalojar al Partido Popular del poder.
Así pues, es indudable la existencia de una “España francesa” que aún hoy sigue teniendo vigencia. Lo que con frecuencia se olvida es que también existió una “Francia española” que marcó tan indeleblemente la política, cultura y costumbres del país vecino como después ha venido ocurriendo a la inversa. De esta cuestión se ocupa el presente libro, escrito por el hispanista francés Jean-Frédéric Schaub, catedrático de la Escuela de altos estudios en Ciencias sociales del país vecino y antiguo miembro de la Escuela de altos estudios hispánicos-Casa de Cervantes.
En efecto, el proceso de construcción del absolutismo francés a lo largo del siglo XVII, proceso que va unido al ascenso de Francia y a la decadencia de la España imperial, tiene mucho de emulación del antagonista hispano y de pretensión de suceder al mismo en el liderazgo del bando católico dentro del escenario europeo de la época. Pero esto debe ser bien entendido, como advierte Schaub desde el principio de su obra. El absolutismo francés, aun habiendo tenido presente como ejemplo la fortaleza de la monarquía hispánica y su proyección no sólo europea, sino mundial, frente a los conflictos internos que desgarraron al país vecino durante la época de las Guerras de Religión, siempre mantuvo rasgos claramente diferenciales en el terreno jurídico-institucional con la España de los Austrias, en especial, una mayor centralización y unitarismo. La hispanización del absolutismo francés radica en su opción por la unidad religiosa frente a la tolerancia con el protestantismo hugonote y, a partir de ahí, en el mencionado intento de tomar el relevo de la monarquía hispánica en el liderazgo del bando católico, visible sobre todo en el reinado de Luis XIV. Dando un paso más que el libro de Schaub, cabría añadir que ese impulso no desaparece con la Revolución, sino que solamente se seculariza, y todavía hoy pueden detectarse sus restos en la política exterior de grandeur emprendida por el General De Gaulle, al servicio de la cual Francia ha conseguido poner toda la estructura institucional de la Unión Europea.
Hay que hacer notar que la obra que nos ocupa no es un estudio comparativo de las instituciones francesas y españolas del siglo XVII, sino un estudio de fuentes historiográficas y literarias fundamentalmente francesas. Se divide en dos partes de desigual extensión: la primera, más breve, se dedica a la visión de España en la historiografía nacional francesa decimonónica; la segunda, que constituye el núcleo central del libro, rastrea en las fuentes francesas del siglo XVII la influencia política y cultural española. Esta influencia se manifiesta con una gran complejidad, producto de la ambivalencia de dos sentimientos encontrados. Por un lado, la antipatía y rivalidad francesa hacia la monarquía hispánica, no exenta de deseo de emulación. Por otro, la simpatía que también producía aquélla en ciertos sectores, derivada de la asunción de su valor ejemplar para todo reino católico, lo cual, sin embargo, no implicaba hacer de lado las profundas diferencias entre los dos países.
La obra de Schaub va repasando, entre otros temas, la presencia de la literatura española del Siglo de Oro en Francia, la importación de nuestras costumbres gracias a la presencia de reinas españolas de la dinastía de los Austrias, o el continuo ejemplo que representó España para el partido católico francés. Llama particularmente la atención que en la Francia del siglo XVII no se aceptase de manera ciega la leyenda negra antiespañola que se estaba extendiendo por el resto de Europa y que la monarquía hispánica tuviera sus defensores, a pesar de la tradicional rivalidad de los dos reinos y con plena conciencia de la misma. El cuadro que traza este libro y que, como se ha destacado, recupera una vieja tesis historiográfica francesa, la de la sucesión de la monarquía hispánica por la francesa en el liderazgo católico europeo en tiempos de Luis XIV, se ve perfectamente simbolizado por la evolución del pensamiento del visionario monje calabrés Tomás Campanella, que pasó de la admiración por la monarquía hispánica, a la que dedicó la célebre obra del mismo nombre a finales del siglo XVI, a poner sus esperanzas en la monarquía de Francia cuando concluía el primer tercio del siglo XVII.
La mejor manera de sacudirse los fantasmas históricos, que son los demonios familiares de las naciones, es precisamente conociendo la historia. En España un libro como éste debería servir para que situásemos de una vez en su debido contexto nuestra relación con Francia. Mientras fuimos la potencia dominante, hubo una Francia española; cuando se invirtieron las tornas, pasó a existir una España francesa o afrancesada. Hoy, que ya no se puede decir que ocurra ni lo uno ni lo otro, tendríamos que ser capaces de sacudirnos el complejo de inferioridad y la dependencia de una Francia que declina.
El pueblo lo ha hecho ya desde hace tiempo; falta que las elites sean capaces de dar el paso.
Esa influencia, al menos en el plano jurídico-institucional, se quebró con la Transición a la Democracia, pues la Constitución de 1978 tiene escasa influencia francesa y se basa más en los modelos alemán e italiano, por lo que tanto nuestro sistema de organización territorial y administrativo como nuestro sistema de partidos políticos se han alejado de los existentes en Francia. Ello no obstante, la vinculación se ha mantenido en el terreno de la política exterior, sobre todo a través del reconocimiento español del liderazgo francés en el proceso de integración europeo y en el intento de conformar una presencia exterior occidental alternativa a la encabezada por los Estados Unidos de América. Cuando el Presidente Aznar, después de liquidar los últimos restos del sistema de intervención en la economía de tipo francés, trató en su segundo mandato de dar un giro histórico a la política exterior, rompiendo la dependencia de Francia y orientándola en un sentido atlantista más acorde a los intereses nacionales españoles, la reacción de las elites intelectuales y de los creadores de opinión de nuestra patria fue altamente hostil. Se promovió una verdadera revuelta popular violenta, una especie de nuevo Motín de Aranjuez, bajo la excusa de las movilizaciones “pacifistas” contra la Guerra de Iraq, que creó el caldo de cultivo necesario para los atentados del 11 de Marzo del 2004 y para la utilización política de los mismos con el fin de desalojar al Partido Popular del poder.
Así pues, es indudable la existencia de una “España francesa” que aún hoy sigue teniendo vigencia. Lo que con frecuencia se olvida es que también existió una “Francia española” que marcó tan indeleblemente la política, cultura y costumbres del país vecino como después ha venido ocurriendo a la inversa. De esta cuestión se ocupa el presente libro, escrito por el hispanista francés Jean-Frédéric Schaub, catedrático de la Escuela de altos estudios en Ciencias sociales del país vecino y antiguo miembro de la Escuela de altos estudios hispánicos-Casa de Cervantes.
En efecto, el proceso de construcción del absolutismo francés a lo largo del siglo XVII, proceso que va unido al ascenso de Francia y a la decadencia de la España imperial, tiene mucho de emulación del antagonista hispano y de pretensión de suceder al mismo en el liderazgo del bando católico dentro del escenario europeo de la época. Pero esto debe ser bien entendido, como advierte Schaub desde el principio de su obra. El absolutismo francés, aun habiendo tenido presente como ejemplo la fortaleza de la monarquía hispánica y su proyección no sólo europea, sino mundial, frente a los conflictos internos que desgarraron al país vecino durante la época de las Guerras de Religión, siempre mantuvo rasgos claramente diferenciales en el terreno jurídico-institucional con la España de los Austrias, en especial, una mayor centralización y unitarismo. La hispanización del absolutismo francés radica en su opción por la unidad religiosa frente a la tolerancia con el protestantismo hugonote y, a partir de ahí, en el mencionado intento de tomar el relevo de la monarquía hispánica en el liderazgo del bando católico, visible sobre todo en el reinado de Luis XIV. Dando un paso más que el libro de Schaub, cabría añadir que ese impulso no desaparece con la Revolución, sino que solamente se seculariza, y todavía hoy pueden detectarse sus restos en la política exterior de grandeur emprendida por el General De Gaulle, al servicio de la cual Francia ha conseguido poner toda la estructura institucional de la Unión Europea.
Hay que hacer notar que la obra que nos ocupa no es un estudio comparativo de las instituciones francesas y españolas del siglo XVII, sino un estudio de fuentes historiográficas y literarias fundamentalmente francesas. Se divide en dos partes de desigual extensión: la primera, más breve, se dedica a la visión de España en la historiografía nacional francesa decimonónica; la segunda, que constituye el núcleo central del libro, rastrea en las fuentes francesas del siglo XVII la influencia política y cultural española. Esta influencia se manifiesta con una gran complejidad, producto de la ambivalencia de dos sentimientos encontrados. Por un lado, la antipatía y rivalidad francesa hacia la monarquía hispánica, no exenta de deseo de emulación. Por otro, la simpatía que también producía aquélla en ciertos sectores, derivada de la asunción de su valor ejemplar para todo reino católico, lo cual, sin embargo, no implicaba hacer de lado las profundas diferencias entre los dos países.
La obra de Schaub va repasando, entre otros temas, la presencia de la literatura española del Siglo de Oro en Francia, la importación de nuestras costumbres gracias a la presencia de reinas españolas de la dinastía de los Austrias, o el continuo ejemplo que representó España para el partido católico francés. Llama particularmente la atención que en la Francia del siglo XVII no se aceptase de manera ciega la leyenda negra antiespañola que se estaba extendiendo por el resto de Europa y que la monarquía hispánica tuviera sus defensores, a pesar de la tradicional rivalidad de los dos reinos y con plena conciencia de la misma. El cuadro que traza este libro y que, como se ha destacado, recupera una vieja tesis historiográfica francesa, la de la sucesión de la monarquía hispánica por la francesa en el liderazgo católico europeo en tiempos de Luis XIV, se ve perfectamente simbolizado por la evolución del pensamiento del visionario monje calabrés Tomás Campanella, que pasó de la admiración por la monarquía hispánica, a la que dedicó la célebre obra del mismo nombre a finales del siglo XVI, a poner sus esperanzas en la monarquía de Francia cuando concluía el primer tercio del siglo XVII.
La mejor manera de sacudirse los fantasmas históricos, que son los demonios familiares de las naciones, es precisamente conociendo la historia. En España un libro como éste debería servir para que situásemos de una vez en su debido contexto nuestra relación con Francia. Mientras fuimos la potencia dominante, hubo una Francia española; cuando se invirtieron las tornas, pasó a existir una España francesa o afrancesada. Hoy, que ya no se puede decir que ocurra ni lo uno ni lo otro, tendríamos que ser capaces de sacudirnos el complejo de inferioridad y la dependencia de una Francia que declina.
El pueblo lo ha hecho ya desde hace tiempo; falta que las elites sean capaces de dar el paso.
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